Uno de las preguntas que siempre surge cuando se juntan científicos y periodistas es la eterna ¿quién debe divulgar?. Sin embargo, para mí es mucho más importante decidir que hacer con cierto matiz al que no se le presta la atención que requiere: popularización frente a divulgación.
Podemos definir popularización como el ejercicio de comunicación científica que tiene por objetivo interesar al ciudadano medio que inicialmente no tiene ningún interés especial por la ciencia. La divulgación, es la dirigida a un ciudadano con interés y conocimientos sobre ese tema en concreto. Por ejemplo, la revista Muy Interesante y el superfamoso Cosmos de Carl Sagan son ejemplo de popularización; Scientific American, American Scientist y los libros El gen egoísta de Richard Dawkins o Los tres primeros minutos del universo de Steven Weinberg, por citar dos clásicos, son divulgación.
En general, los blogs de científicos son ejemplos de divulgación. Pongamos un ejemplo sencillo. Veamos cómo definen lo que es un gen tres entradas en sendos famosos blogs de ciencia. L. A. Moran en Sandwalk lo define como “una secuencia de ADN que es transcrita para producir un producto funcional”. P. Z. Meier en su Pharyngula lo define como “una región operacional del ADN cromosómico, parte del cual puede ser transcrito en un RNA funcional en el momento y lugar correcto durante el desarrollo. Así, el gen se compone de la regíon transcrita y las regiones reguladoras adyacentes”. Sandra Porter, del blog Discovering Biology in a Digital World, lo define como “una cadena heredable de nucleótidos que puede ser transcrita, creando una molécula con actividad biológica”. ¿A quién están hablando? ¿Al conjunto de la sociedad? Imagínese a su abuela leyendo cualquiera de esas definiciones. ¡Por favor! Si hasta Meier reconoce usar la definición dada en Modern Genetics Analysis… ¡un libro de texto!
Por si no ha quedado claro, déjenme proporcionar los títulos de seis artículos, tres de Muy Interesante y otros tres de American Scientist. Les invito a que adivinen a cuál pertenecen: Canales de la muerte mitocondriales, El cohete que llegó del frío, Más rápido que la luz, Campos magnéticos reconectados, Midiendo los límites de los biocombustibles, La física contra las cuerdas.
Científicos como L. A. Moran o Bora Zivkovic son acérrimos defensores de American Scientist como ejemplo de periodismo científico de éxito. No es cierto. Es divulgación elitista, en absoluto dirigida al común de los mortales. No es por tanto extraño que aquellos que participan de ese elitismo denominen despectivamente a revistas del estilo de Muy Interesante como “el Carrefour de la ciencia”; en realidad es un halago.
Esencialmente -y siempre hay excepciones- la popularización está a cargo de periodistas y divulgadores científicos; la divulgación, en manos de científicos. Libros como The fabric of reality de David Deutsch o The life of the Cosmos de Lee Smolin sólo pudieron ser escritos por quienes lo hicieron pues en ellos explican sus propuestas e interpretaciones sobre un tema en concreto: es la personalísima visión del autor sobre su especialidad. Escribiendo con un estilo divulgativo el científico puede explicar sus teorías a un público mayor que el que compone su pequeño círculo académico. De este modo la idea del “equilibrio puntuado” de Stephen Jay Gould llegó mucho más allá del recinto de la paleontología. Claro que eso a veces no sucede. Sadi Carnot ofreció al mundo sus Reflexiones sobre la fuerza motriz del fuego y sobre las máquinas adecuadas para desarrollar ese fuerza en 1824. Por qué uno de los textos más importantes de la historia de la física tuvo una acogida tan exigua y no levantó la menor repercusión se debió a que Carnot lo publicó en forma de libro de divulgación y sus colegas lo despreciaron considerándolo un texto de ‘segunda’.
El reto de la comunicación de la ciencia se encuentra, por tanto, en la popularización. Interesar al que ya está interesado es fácil, pero hacer lo propio con el que va a un quiosco pensando «a ver qué me compro», o el que está haciendo zapping se detenga para ver tu programa, es harina de otro costal. Y en estos años de recortes de ciencia es algo fundamental. Podemos salir a la calle todos los científicos y comunicadores de la ciencia protestando contra ellos, pero la batalla estará perdida hasta que no consigamos que se nos una el resto de la sociedad, como ha ocurrido en sanidad o educación. Y no me salgan con las encuestas donde se dice que los españoles valoran a la ciencia como algo importante. ¡Pues claro que lo van a decir! La cuestión no es esa, sino que la sientan importante. Una diferencia sutil pero decisiva. Y por eso la popularización debe ser nuestro principal caballo de batalla.
Cuestión aparte es ese mal que se encuentra cómodamente instalado en las facultades de ciencias de la información: es cercano a cero aquellas que imparten una asignatura de periodismo científico, y en los medios de comunicación, salvo honrosas excepciones, no hay periodistas con preparación en ciencia y un nivel de inglés aceptable. Así podemos encontrarnos un periodista cuyo último contacto académico con la ciencia fue en 4º de la ESO, que chapurrea el inglés, escribiendo, casi de oídas, sobre terapias génicas o el PET. O como me sucedió hace unos años: charlando sobre tratamientos contra el cáncer con una periodista con 20 años a sus espaldas cubriendo temas de salud, comenté de pasada lo llamativo que debía ser para el público contarles que se usan metales como el oro, la plata o el platino en los compuestos de quimioterapia, y puse el ejemplo del cisplatino. Entonces soltó un ¡oh! asombrado, añadiendo: “pues yo creía que se llamaba así porque quedaba bonito”.